El «embrujo» del mall de Castro
Lo que le preocupa a Elsa Cárdenas es cómo habrá de subirse a la escalera mecánica. Y, más todavía, qué habrá de hacer una vez que llegue arriba. Lo dice con la ingenuidad que le dan sus 76 años, y con la lluvia benigna que cae sobre todo Dalcahue; también encima del gorro de lana verde que lleva puesto. Elsa teje chalecos, telares, abrigos y gorros que vende en la feria dalcahuina. Pero desde hace unas semanas le inquieta el tema de la escalera mecánica por la que habrá de subir una vez que se termine el mall de Castro. Para ella, el mall es un derecho, aunque ahora las obras estén interrumpidas y la Contraloría estudie investigar las presuntas irregularidades en su construcción. «Si en Santiago y en Puerto Varas tienen uno, ¿por qué nosotros no?», dice con el ceño fruncido.
Es difícil hallar un chilote que se oponga, de manera tajante, al mall. El apoyo de 95% que tuvo la opción de construir el mall en las condiciones que se está llevando a cabo (ubicación, arquitectura, tamaño) puede mover a equívoco, porque solo votaron cinco mil personas, cifra que corresponde al 10% de la población de la comuna. Y sin embargo, el ciudadano de a pie lo defiende como una causa propia.
En la misma feria de Dalcahue, Marisa Durán (63), vende cuelgas de choros ahumados que trae de Puerto Montt, ajos de Quemchi, cochayuyo y semillas de tulipán. Nació en Osorno, pero hace 30 años que vive en Ancud. «Me siento chilota. Por eso ando con manta. Me gusta venir a trabajar acá porque se ve la plata. No en Ancud, adonde la gente ya no llega. El mall de Castro ni lo conozco, pero me alegra que se construya. Iré a verlo apenas lo terminen. Y no solo eso: ojalá que después se pueda instalar uno en Ancud. Cómo no, si ahí podremos encontrar precios más bajos y ver cosas nuevas. ¡Si no nos podemos pasar la vida mirando puras lanchas!».
Hay una cuota de indignación en sus palabras. Un señor que acaba de comprar en la caleta una sierra por $ 5.000 pesos estrecha la mano de Marisa y la felicita: «¡Así se dicen las cosas, señora!». Y otro le advierte que para ir al mall la van a obligar a sacarse la manta color mostaza que lleva puesta. «Así no la van a dejar entrar, tendrá que ponerse ropa elegante», le dice. Ella se indigna más y le contesta: «¡No, caballero, el mall va a ser para la gente humilde».
Hay chilotes que no han ido nunca al mall de Puerto Montt ni a ningún otro; la gente que vive en las islas del archipiélago: Achao, Quemchi, Caguach, Apiao, Quehui. Habitantes de Chile que ven en una escalera mecánica o en una multitienda su boleto a la modernidad. Claro, ir a Puerto Montt no es fácil ni barato. Desde Castro toma ocho horas, ida y vuelta, y cerca de $ 12 mil en pasajes. En un automóvil, entre bencina y ferry la suma asciende a $ 40 mil. Un margen abismal considerando los $ 300 que un santiaguino paga por estacionar en el Parque Arauco.
Con todo, el mall de Castro a medio construir se levanta sobre una estrecha calle del centro (Serrano). Una enjuta vía, de un solo sentido, en la que los camiones que llegan deben hacer piruetas mayores para poder descargar materiales. Así como está, con casi seis pisos edificados y cubierto por plásticos grises, parece un elefante en medio de un pequeño jardín. Y las tienditas y los comercios tradicionales que hay alrededor no hacen más que agravar esa anomalía.
El supermercado Talcahuano lleva más de veinte años en el 631 de la calle San Martín. Pero su dueño, Manuel Oyarzo, ya había abierto un almacén con el mismo nombre en 1982, en Castro Alto.
«Volví a la isla después de cuatro años en Calama. Traía la idea de montar un almacén. Y eso fue lo que hice en plena crisis. Fue duro porque no había trabajo. Las bolsas de un kilo de arroz había que abrirlas porque la gente no tenía más que para comprar de a 250 gramos, y los paquetes de fideos los vendíamos por mitades», recuerda.
Seis años después, se mudaba al sector céntrico e inauguraba el almacén Talcahuano, luego convertido en supermercado, ícono castreño. «Fuimos el segundo supermercado que tuvo Castro. Era una forma de ayudar a la modernización de la comunidad», dice Oyarzo, quien actualmente da trabajo a 30 personas y es, además de presidente de la Cámara de Comercio de la ciudad, uno de los opositores al proyecto del mall.
«No somos contrarios al progreso. Todo Castro quiere el mall por la variedad de negocios que trae, algunos que no existen, como el cine. Pero estamos disconformes con las autoridades por no haber tenido la visión de proteger al comercio tradicional que le ha dado vida por más de 430 años a la ciudad», cuenta.
Para Oyarzo, el mall es un hecho consumado. Lo que queda por resolver es cómo se solucionarán las faltas a la legalidad que ese proyecto presenta y el impacto vial gigantesco que colapsará la calle Serrano. El asunto es bien claro y así lo demuestra un estudio hecho por el Colegio de Arquitectos, que presentó el caso a la Contraloría, para que investigue: se autorizaron 25.601 metros cuadrados y ya se habrían construido sobre 30 mil.
Por lo demás, el proyecto tiene una carga de ocupación de 997 personas y 145 estacionamientos, en circunstancias que a la fecha de otorgado el permiso solo se permitía hasta 250 personas y 50 estacionamientos.
«Nunca debió hacerse aquí. Las calles son muy angostas. Hay tanto campo a la entrada de Castro que no se entiende por qué no lo hicieron allá o cerca de donde se levantó el Casino (Enjoy), inaugurado hace una semana y que incluso cuenta con un hotel cinco estrellas», reflexiona Marina Cárdenas (45) con el edificio del mall que prácticamente se viene encima de su pequeña boutique de ropa nueva y usada. Contra lo que se puede pensar, a ella la competencia del mall la tiene sin cuidado: «Es probable que en un principio nuestras ventas se resientan, pero la clientela en Castro es fiel. Siempre volverá. Y si el mall va a traer patio de comidas, tiendas lindas y un cine, bienvenido sea», dice.
No es lo único. Luego de la misa dominical, el sacerdote Mauricio Campos (45), quien vivió en Punta Arenas y vio los beneficios de la construcción del mall en esa ciudad, agrega: «Los santiaguinos que vienen en verano olvidan que nosotros nos quedamos acá, y que en el invierno no hay lugares públicos calefaccionados. Yo creo que el mall va ayudar a la calidad de vida de la gente, que por la lluvia y el frío vive el invierno a puertas cerradas, sin salir».
El arquitecto Edward Rojas (61) recuerda la última vez que fue al cine en Castro. Fue a mediados de los 70, cuando aún existía el Rex: «Me acuerdo perfectamente de haber ido con mi señora, haber dejado a nuestro hijo Pablo al cuidado de dos amigos poetas, y haber visto Bocaccio 70, la película de De Sica, junto a otras dos personas en la sala. No había más gente. Al poco tiempo el Rex cerró para siempre».
A Rojas le gusta el cine y la pintura. En su oficina, a pocos pasos del mall, hay una acuarela en la que aparece la catedral de Castro junto a un cubo verde. El cubo es el mall y la pintura es obra de Rojas. «El tema que viene ahora es la fachada. ¿Cuál va a ser la definitiva? Pero para eso, para saber cuál va a ser su vestido, necesitamos saber cómo es su cuerpo, y eso es lo que estamos pidiendo: conocer los planos actuales para determinar en cuántos metros está excedido y ver la posibilidad de demoler esos pisos», explica. Como fuere, lo que propone el cuadro es que el mall se convierta en una kara mahuida, que en mapuche significa ciudad de la montaña; cubrirlo de plantas, para que parezca un cerro donde la naturaleza pervive.
Rojas llegó de Valparaíso en 1977 y realizó su tesis de arquitecto en Achao, sobre el valor de la escala. «Es increíble ver cómo hasta el día de hoy Achao mantiene su calidad de vida. A pesar de que ha aparecido un montón de edificios, ninguno ha destruido la escala de la ciudad, que es súper importante para lograr el equilibrio, la armonía entre lo viejo y lo nuevo… No estamos en contra del mall, pero sí rechazamos sus irregularidades. Este es un edificio que debió hacerse fuera de la ciudad. Todos queríamos mall, cine, acceso a la modernidad, pero no de la manera brutal que se está planteando. Esta es una agresión a la escala de la ciudad».
Lo que viene aún no está claro.
Luego de que el Juzgado de Policía Local desestimara, por un problema de forma, una presentación hecha por la municipalidad, esta y la empresa Pasmar llegaron a un acuerdo extrajudicial para resolver en el marco de la legalidad la situación. Mientras las obras permanecen en silencio, la gente espera expectante. Incluido Rojas quien, el lunes de la semana pasada, en su oficina, terminaba la entrevista declamando un poema escrito sobre una cruz que le regalara el artista chilote Guillermo Grez: «Aquí yace Chiloé, de mala muerte vencida/traicionada por sus hijos, a sus enemigos vendida».
Fuente : La Tercera