«En Alemania revisábamos los tarros de la basura de los americanos para comer… Entonces, no me digan que como no es gratis no puedo estudiar»
Acaba de terminar una conferencia de prensa con medios locales en Salvador de Bahía, Brasil. Sonríe, habla con los periodistas, recibe tarjetas. «Muito obrigado» se escucha por todos lados, y Horst Paulmann –presidente y principal accionista del grupo Cencosud– se ve relajado, como cuando se ha terminado una prueba.
Acostumbrado probablemente a sortear muchas preguntas con humor, en el país «mais grande do mundo», la cosa no fue tan fácil. «Por favor, fale devagar» (hable más pausado) fue la petición recurrente del empresario a los periodistas brasileños. Y poco a poco fue entrando en su área de confort: sus inicios como empresario, sus mensajes, su historia. Que a los 13 años comenzó a trabajar con su pae (padre) haciendo cunitas de madera; que fue garzón, que a los 18 administraba hoteles y un restaurante, y que fue en este último que descubrió el retail .
«Puse en la janela (ventana) morangos (frutillas) y se vendieron en media hora…a los pocos días fechamos (cerramos) el bar y en 45 metros cuadrados pusimos productos delikatessen «.
Después vino el primer supermercado en el sur de Chile, en los 70 el Jumbo de avenida Kennedy, y en 1980 la que califica como su mejor decisión: ir a Argentina.
En estos últimos 10 años sumó Perú, Colombia y el noreste de Brasil. Supermercados, multitiendas, tiendas para el mejoramiento del hogar, centros comerciales y el negocio del crédito son sus apuestas. ¿Se detendrá? A juzgar por sus palabras, no: «Tengo un sono (sueño), un sono de hacer una gran empresa…», dijo varias veces en Salvador de Bahía.
Desde allá, y quién sabe si con la libertad de estar a miles de kilómetros de Chile, habló de todo: de la empresa –por supuesto–, pero también de la sucesión, de la dura época de posguerra en Alemania, de sus hobbies, de su casa en Puerto Octay, de los estudiantes…
–¿Cómo ve el conflicto estudiantil?
«Es muy lamentable. Cómo puede ser que chiquillos de 15 o 16 años les peguen palos en la cabeza a los policías. Tiene que haber disciplina y respeto. Y esto no se trata de que esto no es el gobierno militar y hay que ser democrático. Los países que no respetan las leyes y no hacen cumplir las leyes, son gobiernos débiles, y la consecuencia está en la calle, en los robos nocturnos».
–¿Ha habido debilidad de parte del Gobierno?
«Creo que hace muchos años, hace mucho tiempo falta hacer cumplir las leyes. Cómo vamos a aceptar que lleguen y quemen los autos y hagan destrozos, rompan comercio. ¡Esto no es democracia, es vandalismo!
–Usted comenzó a trabajar a los 13 años. ¿Pensó alguna vez en estudiar una carrera?
«Obvio, mi sueño era ser ingeniero de la Universidad Técnica Federico Santa María, pero no llegué no más».
–¿Por qué?
«Porque tenía que trabajar. No había ninguna posibilidad de que alguien me hubiera pagado los estudios. Como mi padre no tenía, entonces había que trabajar para ayudar a la casa, en que éramos siete hermanos y cuatro chicos».
–Y en ese sentido, ¿no cree que es válida al menos la pretensión de los estudiantes de una educación gratuita?
«Hubiera sido lindo que me hubieran dicho yo te voy a financiar los estudios, pero en ese tiempo ni se pensaba y había que trabajar».
–Pero usted la capacidad la tenía…
«No sé yo. Capaz que hubiera sido un cero pa´l lado para la universidad. Yo en el colegio era lo más malo que había, me costaba».
–Pero en algún ramo debe haber sido bueno.
«En matemáticas soy buenísimo, sé que 2+2 es 4. (carcajada)
La dura posguerra
«Usted puede tener éxito con o sin universidad», sentencia Horst Paulmann. Y cómo no creerle, si es su historia. Llegó a Buenos Aires con sus padres y sus seis hermanos a los 13 años dejando atrás la guerra. A los 15 años arribó a Chile, a La Unión. Trabajó desde chico y hoy tiene un imperio: Cencosud está en cinco países, venderá este año US$ 14 mil millones y da empleo a 120 mil personas.
«Tiene que haber unas ganas y un esfuerzo todos los días», agrega enfático. Fiel a su estilo, da un ejemplo: «no se puede pensar trabajo de lunes a viernes y en vez de llegar a las 8, llego a las 8:30 porque me quedé dormido. Hay que tener ganas. Yo tengo unas tremendas ganas».
–¿Y ve esa disciplina en quienes trabajan con usted?
«En mucha gente, sí. Pero la gente joven siempre es más difícil. Porque hoy los jóvenes tienen ventajas que jamás habíamos tenido antes. Eso es bueno, porque es otro momento, y da tremendas oportunidades. Pero también es bueno cuando uno tiene que trabajar para ganarse el puchero».
«En Alemania, después de la guerra, íbamos al colegio con nieve y descalzos. Y eso enseña. Cuando llegábamos después de almuerzo y revisábamos los tarros de la basura de los americanos, del regimiento, a veces encontrábamos una punta de plátano, de banana, y lo comíamos. Y cuando el campesino donde nosotros estábamos viviendo sacaba la comida para los perros, nosotros íbamos a revisar, a ver qué podíamos comer. Y eso enseña. Entonces, no me digan eso de que como no me dan el colegio gratis, entonces no puedo estudiar. Pero qué nos han dado a nosotros gratis. ¡Nada es gratis!» (da un golpe en la mesa). No me digan que porque no les dan las cosas, no lo pueden hacer. Quien quiera crecer, quien tenga ganas, va a crecer», sentencia.
–¿Qué otros recuerdos tiene de la posguerra en Alemania?
«No entremos en esos detalles, si no vamos a estar toda la tarde y después usted me va a pedir que le cuente para escribir un libro».
–¿Ha pensado en escribir un libro?
«Ve, ya agarró papa (ríe)…No tengo tiempo, cuando esté jubilado».
–Pero usted no se va a jubilar…
«Yo soy un aposentado».
–Qué es eso…
«Un jubilado. Soy un aposentado con muito trabalho».
Fuente : El Mercurio