El ejecutivo estrella de la familia Solari
Primera semana de diciembre de 2011.
En el piso cincuenta del edificio Titanium, donde está su oficina con vista a la cordillera, Gonzalo Rojas levanta el teléfono y llama a Juan Antonio Álvarez. Su idea es preguntarle –sin rodeos, directo, en su estilo– a quien es uno de los abogados del grupo Claro si sus jefes están dispuestos a vender Mega, el primer canal privado de la TV chilena. Se reúnen, y la respuesta lo deja satisfecho: el conglomerado dueño de la Sudamericana de Vapores y de Viña Santa Rita está dispuesto a escuchar la oferta de Bethia, el grupo al que Rojas representa.
Su cabeza comienza a trabajar.
El terreno, en Vicuña Mackenna 1348; el edificio, los estudios de TV, los móviles, el flujo de caja. Rating, participación de mercado. Piensa en todo. Y le resulta relativamente fácil saber cuánto debe ofrecer por la televisora que el ya fallecido Ricardo Claro Valdés fundó con el nombre de Megavisión, el 23 de octubre de 1990. Rojas conoce la industria televisiva local: hace casi dos años hizo el mismo camino –reuniones, cálculos y oferta– para comprar Chilevisión. Entonces el negocio no cuajó; ahora será diferente.
La compra de Mega, por US$143,5 millones, se concreta cuatro semanas después. Un tiempo récord.
En la industria televisiva no lo dudan. Afirman que con esta venta el grupo Claro ha hecho un buen negocio. Y que Liliana Solari y sus hijos Carlos y Andrea Heller, los propietarios del grupo Bethia, también. Y fue un negocio en el que nadie, excepto uno, se movió de su escritorio.
«Y yo ni me moví de mi escritorio», el eslogan que se hizo famoso a principios de los años 90, no es casual. Quien lideraba el área comercial de Financiera Condell, dueña del spot publicitario de 1993 que mostraba a un empleado sentado en su oficina recibiendo un crédito fácil, era Gonzalo Rojas. Fue él quien, gracias a la estrategia de sacar a la calle a la fuerza de venta, ayudó a transformar aquella sociedad anónima en un negocio lo suficientemente rentable como para generar, en su momento, más utilidades que el Banco de Chile.
Él, Gonzalo Rojas Vildósola, ingeniero comercial, MBA de la Adolfo Ibáñez, 51 años, nacido y criado en Santiago, ex marido de la diputada y ex rostro de Mega Andrea Molina, e hijo político de Liliana Solari Falabella, la matriarca del clan que está detrás de Bethia.
Él, gerente general del grupo y –dicen quienes lo conocen– uno de los ejecutivos más atípicos del mercado local.
Como brazo ejecutivo de Bethia, Rojas, junto a Carlos Heller, ha liderado la mayoría de los negocios de la familia. Bajo su gestión se hizo la compra del 9% de Lan Chile a Sebastián Piñera y la inclusión del grupo Bethia –entre otros negocios– en Aguas Andinas, Empresas Navieras; las viñas Indómita y Santa Alicia; la firma inmobiliaria Titanium; y oficialmente desde el 27 de diciembre de 2011 el canal de TV Mega, con un 100% de la propiedad.
Gonzalo Rojas participa en 12 directorios, trabaja de lunes a viernes 12 horas diarias, viaja mes por medio a supervisar los negocios que tiene el grupo en Perú, Colombia y Argentina. ¿Un trabajólico? No. En Rojas conviven un alma yuppie y hippie, a la vez. Una mezcla que, según los que lo conocen bien, como el cineasta Rodrigo Ortúzar, se le ha ido acentuando con los años: Practica Ashtanga yoga, lee a Buda y Osho; medita todos los días. Los fines de semana, casi sin excepción, se va a su casa autosustentable en Curaumilla, en la Quinta Región, donde se conecta con la naturaleza.
Y, desde hace unos meses, se junta todos los lunes con un grupo a practicar tambores africanos.
Gonzalo Rojas es el mayor de tres hermanos. Hijo de Gonzalo Rojas Lewin, ingeniero, socio fundador de Sigdo Kopper, uno de los más importantes grupos empresariales chilenos, creció en una familia acomodada, aunque siempre con la presión de ser el crédito de su clan. Según Rodrigo Ortúzar, quien lo conoce desde los ocho años, su padre tenía puestas todas sus expectativas en él; su hermano Alfonso, dos años menor, era el bueno para las fiestas; su hermana, Carmen Gloria, hoy diseñadora, la artista de la familia.
«Éramos vecinos en Vitacura. Nos hicimos amigos porque teníamos perros elder terrier, que no había en Chile. Los cruzábamos y vendíamos los cachorros: Nosotros hacíamos negocios desde chicos», recuerda. Ortúzar pasaba todo el día en esa enorme casa, donde, por los continuos viajes del padre, se tenía lo último de todo. Allí llegaron los casetes de los Jackson Five cuando nadie los conocía; videojuegos, ropa.
En el colegio Manquehue, donde estudiaba, se destacó por sus excelentes notas y por ser un gran deportista: jugaba tenis –partió a los siete años y a los 16 entró al escalafón nacional – y fútbol. En la universidad practicó esquí y luego rally en moto, un hobbie que mantiene hasta hoy: participa en el rally de Iquique y Antofagasta. Extremadamente competitivo, de esos que rompen la raqueta cuando pierden, muy exitista, su vida dio un giro cuando su hermano, a los 17 años, murió en un choque en moto en la avenida Kennedy. Iba con una amiga de su misma edad. Ambos murieron.
Su hermana Carmen Gloria cuenta que en esa época comenzó su búsqueda espiritual. «La muerte de su hermano fue el golpe más fuerte de su vida. Era su yunta. Fue un accidente que afectó a toda la familia. Incluso, después de eso, su papá vendió su parte en Sigdo Koppers», dice un cercano.
Gonzalo Rojas tenía 18 años.
Pero el primer golpe de su vida lo había tenido ocho años antes, cuando sus papás se separaron. Él y su hermano se fueron a vivir con su padre ingeniero; su hermana, con su madre artista.
Esos tres hombres vivieron solos hasta que Gonzalo Rojas Lewin se casó con Liliana Solari Falabella. En la casa de cinco piezas de Vitacura se instalaron a vivir los dos hijos de la matriarca del grupo Bethia, Carlos y Andrea, y los dos de Rojas Lewin. Y se transformaron en hermanastros, en una familia. Un lazo tan fuerte que los une hasta ahora. Aunque la pareja se separó cinco años después, Gonzalo Rojas Vildósola es el único pariente no sanguíneo que ve los negocios del grupo económico.
«Todos se quieren mucho, como hermanos», dice un cercano a la familia.
Los Heller Solari eran muy normales. Él siguió siendo el mateo de la familia, el estudioso, el analítico. De hecho, por esos años su padre lo hizo saltarse un curso. Por eso salió de 16 años del colegio y con 1.60 m –en el colegio le decían el enano–. Hoy mide cerca de 1.80 m.
«Liliana fue una madre para Gonzalo. Ella lo ayudó a tener una mejor relación con su padre, que era muy exigente con él, bien autoritario y un poco frío también. Ella le decía que era muy duro con él, que había una gran diferencia en cómo trataba a sus otros dos hijos», cuenta un cercano al ejecutivo.
En esa casa, la sencillez mandaba. Según recuerda su hermana Carmen Gloria, que iba a almorzar todos los domingos con ellos, Liliana Solari era una mujer moderna, trabajaba y tenía dinero, pero si había que limpiar o servir, lo hacía. De hecho, una de las cosas que hasta hoy les llama la atención a todos, es que, pudiendo tener chofer, ella maneja su propio auto.
Gonzalo Rojas y la familia Heller Solari se separaron cuando los padres se divorciaron. Él se fue a estudiar a Viña y cuando se tituló, decidió hacer su propio camino. Trabajó en Price Waterhouse, en el área financiera, ahí aprendió a hacer evaluaciones de empresas, un know how por el que es reconocido entre el empresariado. Su capacidad analítica está sobre la media, dicen. Luego trabajó en Financiera Condell en el área comercial y en el grupo L’Oreal, en el área de márketing. Recién en 1999, cinco años después de que se conformara Bethia, los Heller lo llamaron para que trabajara con su familia. Él aceptó.
Ya había probado que podía tener éxito más allá de sus conexiones familiares.
Gonzalo Rojas conoció a Andrea Molina a fines de 2004. Fue amor a primera vista, tanto que a los pocos meses se casaron. Rojas nunca ha dado una entrevista para hablar de la relación con la animadora –y de nada–. Ni siquiera ahora, que acaban de separarse, ha aceptado referirse al tema. Siete años duró casada la pareja, que tuvo una sola hija, Laura, hoy de seis años.
El quiebre entre el ejecutivo y la animadora, que desarrolló una carrera televisiva entre 1992 y 2007, se produjo, dice un amigo, por los diferentes proyectos de vida de ambos. Mientras la ahora diputada por la Quinta Región Costa tiene serias aspiraciones políticas de llegar a ser senadora, él quiere comenzar a bajar su ritmo de trabajo en el largo plazo. De hecho, desde hace al menos un año que el estilo de trabajo 24/7 de Molina no calza con los fines de semana en Curaumilla de Rojas. Por eso, hace casi un mes él dejó la casa que compartían en La Reina y se instaló en su departamento de soltero, ubicado en Vitacura, junto a su hermana Carmen Gloria. Mantiene un estilo de vida muy diferente al que su padre tuvo con él: sale a pasear con sus hijos, anda en moto con ellos. Con su hija menor quiere ser un padre más presente de lo que fue con los mayores.
Liliana, su madrastra, junto a María Teresa y María Luisa Solari, es una de las mujeres más ricas de Chile. Ella fue la que decidió crear su propia empresa en 1994 junto a sus hijos. Estableció una muy buena relación con Gonzalo Rojas, a quien conoció en la adolescencia, una época formativa y donde pudo prever las características que volverían a Rojas en un excelente ejecutivo.
Una de ellas es la discreción.
Reacio a aparecer en la prensa, le preocupa no quitar protagonismo a Carlos Heller, el vicepresidente de Bethia. Juntos toman las decisiones empresariales que Gonzalo Rojas luego ejecuta. «Heller es el dueño, Gonzalo es un ejecutivo. Nunca olvida eso», dice un amigo.
Ambos se complementan muy bien. Mientras Heller es el intuitivo, el motor, Rojas es el analítico, el que estudia los temas, reflexiona. El que, por su experiencia laboral y facilidad con los números, dice cuando un negocio vale la pena o no.
Fue él quien quedó entusiasmado con tener un canal de televisión luego de conocer por dentro Chilevisión. Sobre todo al tomar en cuenta la proyección que puede llegar a tener el medio con la próxima llegada de la ley de TV Digital.
El 17 de abril pasado se realizó el primer directorio del nuevo Mega. En él, los ejecutivos mostraron el proyecto del canal, los estados financieros, las audiencias, los programas que tienen y su participación de mercado. En mayo se llevará a cabo el primer directorio de gestión, donde se comenzarán a tomar decisiones. Ha trascendido que los primeros dardos apuntan a mejorar el departamento de prensa –en pocas semanas debutarán con una nueva escenografìa y pautas menos magazinescas– y fortalecer el área deportiva.
Al interior del canal los ejecutivos están contentos. Sienten que se han quitado de encima amarras editoriales que por muchos años no les permitieron, por censura externa o por autocensura, tocar ciertos temas. Por ejemplo, fue el único canal donde no se cubrió el caso Karadima.
Ya ha habido señales decisivas: apenas Bethia se transformó en dueño todos los curas, incluido el padre Raúl Hasbún, perdieron su vitrina. La idea, dicen en Mega, es ser un canal liberal, abierto. Y competir con Canal 13.
Por ahora Rojas no ha estado tan ligado a Mega. En el primer directorio, Carlos Heller fue nombrado presidente. Pero ambos tienen oficinas asignadas en el canal.
Y a futuro, es muy probable que ambos la ocupen.
Fuente : El Mercurio